La casa de Ana es punto de encuentro en Rocamora

Domingo 14 de diciembre de 2014
Vocación y pasatiempo. | Ana Müller ayuda a sanar heridas, administra el club de jubilados y es madre y abuela. | Foto: Marcelo Rodríguez
Ana Müller (75) recordó que antes la salud era “otra cosa”, había que arreglarse con muy poco. Y tenía que caminar casa por casa para vacunar a los niños, “los padres tenían miedo de esas cosas, huían”.
Era la única enfermera en la salita frente a la Comisaría Segunda. Andaba a pie por el barrio Papini, Rocamora, Los Pinos. “Iba por todas partes con mi botiquín y cuando había una emergencia había que correr a llamar del teléfono de la Policía, porque no teníamos otro en todo el barrio, ahora es muy bueno que haya más acceso a la salud y a los servicios, más información”, destacó.
Ahí en el centro asistencial de madera sobre la avenida Tacuarí -que hoy es el Caps 4 y cuya construcción es de material- hizo casi toda su carrera de enfermera, hasta que se jubiló hace once años de la salud pública.
A Ana el cambio no le dio respiro, todos los días alguien la necesitaba para colocar un inyectable o hacer una curación. “Así encontré que mi vida seguía teniendo sentido, porque seguía ayudando a los demás, en mi casa desde siempre nos juntamos los vecinos a rezar por la familia de todos”, dijo.
Llegó un día la propuesta de una conocida del barrio de iniciar un espacio para incluir a las personas de la tercera edad, y donde pudieron tomarse la presión y encontrar palabras amigas de los habitantes más grandes del lugar.
Enseguida ofreció su vivienda; los hijos ya habían tomado su camino, y a ella y a su marido Benjamín les gustan las puertas abiertas.
“Todo lo que aprendí y lo que pasé durante mi vida es lo que hoy me fortalece para tener energía a pesar de mis años”, relató.
Entendió que hay muchos ancianos que son incomprendidos y que perdieron la independencia y la iniciativa por la indiferencia o el desconocimiento de las familias.
“No estamos viejos, somos capaces de todo lo que queremos hacer, lo que pasa es que hay que tener fe, hay que rezar, hay que moverse, yo veo muchas personas de mi edad que están achacadas y eso me apena muchísimo”.
Hace ocho años el patio de la vivienda verde en la calle Goicochea, atrás de la comisaría, se convirtió en el punto de encuentro de las personas de la tercera edad, el centro de jubilados Nuestra Señora del Milagro de Salta, que tiene cursos, gimnasia, peluquería, una merienda y muchas orejas que saben escuchar.
Apuntó que la solidaridad es una fórmula que no falla para ser felices.
“Yo hablo mucho con la gente, que sean solidarios; a los padres que quieran a sus hijos y a los hijos que traten bien a sus padres cuando llegan a viejos, que los entiendan que les den cariño, el amor es tan sanador como una vacuna”, sostuvo.
Siempre está contenta y sabe escuchar, opinan de ellas sus amigas del club. Tiene los ojos celestes y la chaquetilla blanca siempre listos para ir en ayuda.
“No hay que juzgar, hay que simplemente escucharnos, cuando estamos bien estamos todos contentos, cuando alguien la pasa mal se acompaña, en el centro podemos encontrar en la gente de la misma edad, que comparte los mismos intereses un apoyo incondicional”.
Posadeña de nacimiento, le tocó vivir muchos en Paraguay antes de tener aquí su lugar.
Actualmente, sus proyectos se enfocan en mejorar las instalaciones del club para que haya más comodidades y no entre el frío en invierno.
La comisión que preside accedió a subsidios para la mejora y la compra de insumos.
“Ser jubilado es un trabajo permanente por estar activos, tiene otros tiempos, hay menos prisa, pero se pueden ver los frutos”, aseguró y señaló a las nuevas obras en el cielorraso y otros elementos que se adquirieron con la colaboración de los socios.
Por último mostró a Coco, un loro de 26 años que conoce a cada uno de los amigos de la casa y participa de las conversaciones con largas carcajadas.


Opinión
Por Rodolfo Capaccio
Escritor, docente, periodista

Estado jubiloso Te ha llegado el trance de pasar del estado activo al pasivo y entonces quiero comentarte, como yo ya pasé de una a otra de esas vidas, algunas noticias que tienen que ver con este traspaso.
Y la primera es que el estado jubilatorio o “estado jubiloso” como gusta llamarlo Ana Camblong, no tiene nada de pasivo, porque cualquiera sea la situación en que te agarre, la cosa siempre viene movida, si no mirá:
Si andás bien de salud seguro que enseguida se te da por viajar a donde nunca pudiste ir por ese asunto de que antes había que atender los chicos, cumplir con los horarios, venir a reuniones y otras plagas recidivas de ese estilo; pero si tenés algún achaque, igual la cosa viene movida, porque uno pasa a ser la pelotita de ping pong de los médicos, de los dentistas, del kinesiólogo, del fonoaudiólogo, y a veces hasta del psicólogo. Así que en definitiva, en vez de pasártela yendo de la cama al living te la pasás yendo de los consultorios a la obra social y de la obra social a la farmacia…
Además siendo abuela, sospecho que tampoco te faltarán motivos para moverte, en especial cuando se trata de salvar algo de tiempo libre de las fauces de esas especies predatorias del tiempo ajeno que se llaman hijos y nietos, seres ausentes e invisibles cuando se los necesita, pero que tienen la particularidad de corporizarse con algún reclamo justo cuando uno tenía programado pasarse la tarde al dope.
En conclusión, te anticipo, lo de pasivo no existe, porque además, aunque no viajes, si la plata te alcanza te la pasás en movimiento haciendo compras, que para eso cayó el muro de Berlín hace un cuarto de siglo y la sociedad de consumo, que se extiende desde Moscú a Candelaria, clickea a cada rato en nuestra cabeza el ícono de “eso me hace falta”, o el que está al lado “Comprar aunque no haga falta”, y como consumir, no jodamos, da mucho placer, obedecemos al instante para volver a casa cargados con esas bolsitas que dicen ser reciclables para tranquilizar la conciencia, pero de cuyo destino nos despreocupamos no bien las despachamos con la basura.
Y todo esto en caso de que te alcance la guita, porque si no te alcanza, no te voy a decir lo que hay que caminar en las manifestaciones de jubilados haciendo reclamos, parados toda la mañana frente a la casa de gobierno tocándoles pito a quienes no les importa un pito y regresado a casa con la cintura, ya no digo en condiciones para bailar el Lago de los Cisnes, sino simplemente para estar sentado mirando el informativo de Canal 12.
Y por último, si no te pasa nada de esto pero nos ha llegado de visita el señor Parkinson (¡El Cielo no lo permita!), ni hablar de lo que uno se mueve con ese tipo. En definitiva, sea por lo que sea los jubilados no paramos de movernos, y hay burócratas que nos llaman el “sector pasivo”. ¡Déjense de joder!
Y bien, has llegado a este punto en que una etapa acaba y otra comenzará, un momento en la vida que se considera propicio para los balances. Por suerte este balance no es de esos en los que hay que ponerse con el contador para que determine con cuanto hay que ponerse en la Afip, sino de aquellos en que nosotros mismos sopesamos lo vivido en nuestro interior para ver si tenemos más recuerdos que proyectos. Es decir, si para adelante nos vamos a pasar lamentado lo que no pudimos hacer -que según Freud es un síntoma inequívoco de vejez- o si nos largamos a tratar de conseguir todavía lo que nos gusta aunque estemos menos ágiles, menos pacientes, pero más desinhibidos.
Por eso creo que este estado “jubiloso” te será realmente placentero, porque además de poder dormir a pata suelta te ocurrirá que luego de levantarte de la siesta, y en el momento de estar tomando mate, se te hará presente la experiencia de tu vida laboral restregándose las manos y diciéndote “¿ Y alora qui fachiamo”? (No sé por qué la experiencia tiene que hacerte la pregunta en italiano, pero en fin, les pido por favor tolerar esta licencia)
Y entonces qué ocurrirá, que libre de compromisos “institucionales”, comenzarás a ocuparte de tantas cosas y te meterás en tantas otras que al final ¿sabés lo que va a pasar?: que por momentos terminarás extrañando la vida pre jubilatoria, que era un poco esclava pero más organizada.
Pero en fin, la diferencia está en que como jubilado uno elige con qué quiere cansarse y entonces, mientras vas concretando los proyectos, también habrá grandes espacios para recordar, porque esa dama llamada experiencia gusta aparecerse vestida con el traje del recuerdo de situaciones vividas…

*Extracto del escrito presentado en el homenaje a la docente universitaria Elena Maidana con motivo de su jubilación


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