Un clan que evita al tiempo

Domingo 12 de abril de 2015
Los Paredes aparecen en el mapa pugilístico interpretando el conocimiento transmitido por generaciones. Fueron décadas ganadas para Simón, el impulsor de una obra maestra que hoy rinde frutos en su propia casa, una humilde morada que esconde secretos de profesionalismo y exhibe su joya maestra: el ring del pueblo.
Pero Simón sabe que su verdadero tesoro no es el cuadrilátero. El cofre lo lleva al lado suyo, en el día a día. Son sus hijos , Jorge y Simón Junior.
La familia Paredes es ese ejemplo de los muchos en el país, que describen al padre ejemplar y a los hijos que continúan su legado.
Simón, el Chivo, como lo apodan, nació en Posadas con guantes en su cuna. “Mis hermanos me inculcaron la idea del boxeo, todos pugilistas de sangre. Inicié el camino a los 16 años con un profe santafesino. Hasta me escapaba del colegio para ir a entrenar”, recordó.
“Mi madre no quería firmar los papeles previos a una pelea y lo llevé a mi abuelo para que lo haga. Debuté con triunfo antes de cumplir 17 años, eso me emocionó”, dijo.
Paredes mostró chapa en su segunda batalla, dejando en la lona a Ramón Argentino López, boxeador de la época que ya contaba con 22 peleas en el amateurismo.
“Tomé clases en Buenos Aires y recorrí el país, hasta entrené seis meses en el Luna Park, fue pura adrenalina”, describió.
Con el paso de los años, Simón ganaba talento en el escenario, ocupando el lote de joya en crecimiento en los peso pluma. Pero la película tenía una trama inesperada en el medio.
“A los 19 años me detectaron astigmatismo, miopía”, lamentó. El freno de mano resultó inevitable y Simón tuvo que darle un drástico giro a su rumbo. “Este problema me obligó a dejar el boxeo, por lo que me instalé en Posadas y decidí dedicarle tiempo a mi familia”, remarcó.
Con la profesión de herrero sosteniendo los pilares económicos, Simón tuvo tiempo de repensar su vida. “Volví al boxeo a los 39 años. Me sentía bien y las necesidades de dinero pudieron más. Pero al poco tiempo apareció una hernia que me obligó a dejarlo nuevamente, justo cuando se hablaba de pelear contra Koyak Ríos", relató.
Rendirse tampoco estaba en los planes. Tras la exitosa operación, el Chivo retomó la actividad boxística diez años después y con siete hijos bajo su protección.
Hoy, con 53 años, las viejas épocas merodean continuamente. Hace pocos meses volvió al ruedo con victoria en Campo Grande y dos semanas más tarde en el club Racing de Posadas. “Hasta me pedían fotos”, expresó satisfecho. Pero el Misil, como lo llamaron en la previa, no quita vista al objetivo de fondo: entrenar a sus hijos.
Con 19 años, Jorge “el Rayo” Paredes es quien sostendrá el legado generacional. “Me inicié viendo peleas de mi padre, realmente estoy orgulloso de lo que me tocó y, a pesar de que no quiero verlo pelear, estoy agradecido de poder hacerlo”, contó el joven.
Jorge ya tiene experiencia. Representó a Misiones en los Juegos Evita, cosechando previamente su clasificación en el municipio de San Pedro. “Jugaba al fútbol, pero empecé a entrenar boxeo y me gustó”. Hoy Jorge ayuda a su padre en el entrenamiento constante de las futuras estrellas. “Sé que voy a continuar con esto, no importa lo que pase”, se adelantó el Rayo.
Detrás aparece Simón Junior. El juvenil de 17 años es la nueva perla del boxeo capitalino. A pesar de su prematura edad, ya cuenta con cuatro peleas ganadas en el amateurismo y es fiel reflejo del padre. “Todavía no terminé el colegio, pero después quiero seguir una carrera corta que no quite tiempo al entrenamiento”, dijo.

La casona de Simón
La morada Paredes es manantial de talentos. En ella se levanta un ring casero donde se están forjando las futuras estrellas. “Yo entreno a chicos de todas las edades que no tienen la posibilidad de apreciar por sí solos el valor del boxeo. Todo esto lo hicimos a pulmón”, remarcó Simón padre.
Hace unos pocos años, la idea de levantar un cuadrilátero en el patio fue ganando espacio en la vida real.
Para el día de la fecha ya cuentan con pupilos y hasta jóvenes experimentados, como el caso de Agustín De Melo, otro de los que supo llevar la bandera de Misiones en Mar del Plata, o Agustín Peralta. Todo parece encaminado, aunque hay algo más por hacer. “Queremos transformar mi patio en un gimnasio y tener nuestro propio ring con las medidas exactas, ese es nuestro anhelo. Estamos buscando subsidios y ayuda. Es distinto trabajar en una plataforma real, les va a servir a todos”, cerró.
Los ojos de Simón reflejan un andar interminable. Hoy su camino encuentra satisfacción, aunque de algo hay que estar seguros: todavía hay cuerda para rato.

Por Cristian Avellaneda

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