La Herencia Misionera
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Los
Sucesores, sin instruccion, sin experiencia, y sin
conocimientos, governaron con las mismas y aun mayores
facultades que sus antecesores, sin embargo de que sus miras,
fines e intereses no eran ni podian ser los mismos....el interes
general que havia sostenido la prosperidad de los pueblos se
trocó en otro particular que los deboró...”
Informe
del Tte. de Gobernador del departamento de Santiago al Intendente
del Paraguay Lazaro de Ribera, Asunción,
18 de octubre de 1798 |
Segundo
premio del concurso organizado en 1796 para incentivar la
asistencia de los niños guaraníes a las escuelas. Nótese que,
a pesar del caos reinante entonces en los pueblos, los dones
naturales de los escolares permanecían intactos. (Documento
obrante en el Archivo General de la Nación, en Bs. As.) |
"... no puedo menos que decir a V.S. que el Sr. Gobernador
y Capitán General Dn. Francisco de Bucarelli ha sido el
instrumento principal para la total decadencia habiendo hecho
publicar en todos los pueblos que ya eran libres, que hiciesen
lo que quisiesen de todos los bienes que poseían, que eran dueños
absolutos, que hiciesen tratos y convenios estos indios, siendo
incapaces de semejante acción como lo verá V.S....."
Juan
Valiente, Tte. de Gobernador de Concepción al virrey Vértiz,
julio de 1775.
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Glosario
Onomástico:
día del santo de una persona. El onomástico del rey era muy
celebrado en los pueblos.
Tierras
realengas: áreas baldías pertenecientes al rey. Fue el
caso de todas las tierras denunciadas en compra o arriendo por
particulares antes de la independencia de los estados. A partir
de 1810, en el área argentina del litoral, se las comenzó a
denominar “patriolengas”, es decir, pertenecientes a la
patria.
Auto:
resolución real, generalmente de tipo judicial, que decide
cuestiones incidentales.
Cédula real:
despacho o comunicación oficial del rey a las autoridades de su
dominio para su ejecución. |
La Deserción
La evidente declinación demográfica que testimonian los censos
existentes entre 1768 y 1810, no obedeció exclusivamente a las
graves epidemias y la falta de una eficaz política sanitaria,
sino también a las masivas deserciones hacia los diferentes
puntos de la cuenca platina. El proceso de mestización que
estas emigraciones produjo, resulta quizás la más importante
herencia de la presencia guaraní en las Misiones.
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La
Incorporación de Misiones a Corrientes Hacia 1814, cuando la
crisis posrevolucionaria se hacía sentir en todos los ámbitos,
el Director Supremo Gervasio Antonio de Posadas, promulgó, el
10 de septiembre, un decreto que se hizo famoso por la
arbitraria incorporación del territorio misionero a Corrientes,
provincia creada por ese documento. En el art. 2° se ordenaba
que: “La ciudad de Corrientes y los pueblos de Misiones con
sus jurisdicciones respectivas, formarán desde hoy en adelante
una Provincia del Estado, con la denominación de Provincia de
Corrientes. Sus límites serán al norte y oeste, el río Paraná
hasta la línea divisoria de los dominios portugueses, al este
el río Uruguay y al sud la misma línea que se ha designado
como límite (...) con la provincia de Entre Ríos”. Este
absurdo decreto desconocía la autonomía de los pueblos
misioneros, que intentaban organizarse bajo el liderazgo de
Artigas, como así los pretendidos derechos paraguayos en
Candelaria. Si bien fue notificado al gobierno de Corrientes, el
24 de septiembre de 1814, nunca fue puesto en práctica. |
Por Qué
Desertaban
La holganza y abandono de actividades productivas básicas serían
principal causal de las deserciones, ya que la improductividad
traía hambre a las comunidades. Pero además del hambre y del
desorden existente, es evidente que el éxodo no se hubiera
producido en medida tan alta si no hubiese existido una alta
oferta de trabajo en las regiones aledañas a las Misiones. Los
guaraníes siempre fueron valorados por su docilidad y sus
aptitudes laborales. Por ello fueron atraídos por los
estancieros cercanos, incentivándolos por la abundancia de
carne, principal alimento de los guaraníes, que se constituía
también en única paga de sus servicios.
|
El
Onomástico
del Rey
Las nuevas
autoridades de las Misiones se preocuparon por resaltar la
figura del rey de España, a quien se le debía guardar
fidelidad máxima. Así, el onomástico de los monarcas era
celebrado en los pueblos con grandes pompas. El retrato del rey
se iluminaba en la plaza central para presidir las ceremonias en
su honor. El mayor cuidado se debía tener de los retratos
expuestos, para producir gran respeto entre los naturales.
Generalmente estas fiestas terminaban con grandes abusos en el
consumo de alcohol y falta de composturas entre los naturales.
Pero, servían para mitigar la difícil vida cotidiana de los
guaraníes en la época de decadencia. |
La Vacuna Antivariólica
Hasta el descubrimiento de la vacuna antivariólica por Edward
Jenner (1749-1823), en 1798, durante todo el siglo XVIII, en
Europa se utilizó la técnica de la variolización, que consistía
en la introducción subcutánea de serosidad procedente de las
heridas que deja la viruela. Se producía así una mayor
resistencia a la enfermedad, pero comportaba otros peligros, por
lo que su práctica fue prohibida. En 1798, Jenner demostró los
beneficios que reportaba la introducción directa del fluido
vacuno (de allí la palabra “vacuna”). La vacunación no
entrañaba los peligros de la variolización. A partir de 1805
se empezó con la vacunación en el territorio rioplatense.
Desde 1806, esa tarea fue llevada a cabo con gran celo durante
27 años por el deán Saturnino Segurola.
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Escultura
en bronce
del artista Giulio Monteverde que representa al médico Edward
Jenner inoculando a su propio hijo la vacuna antivariólica por
él descubierta. |
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De
los pueblos misioneros a centros productivos
A
pesar de que las ideologías imperantes en el siglo XVIII poseían
un carácter marcadamente anticlerical, y la Iglesia quedaba
sometida al poder del rey en calidad de cultos nacionales, la
política ilustrada en la región del Plata en el aspecto
religioso no llegó a esos extremos. Un análisis de las normas
ordenadas por Bucarelli para la organización de los pueblos
misioneros permite apreciar una sincera preocupación por la
continuidad de la atención religiosa de los guaraníes. Tanto
que en sus Ordenanzas plantea que “debemos radicar en estos
indios el verdadero conocimiento de los adorables misterios de
Nuestra Santa Fe”. Por supuesto que, como buen ilustrado,
separa claramente la atención espiritual de la atención política
de las poblaciones de guaraníes, como se ha visto en anteriores
temas.
Ernesto Maeder en Misiones del Paraguay (Mapfre, 1992) analiza
el proceso de los pueblos en el período postjesuítico como una
evolución de centros misionales en centros productivos. Durante
la administración de los Padres de la Compañía, éstos habían
tenido un carácter prioritariamente religioso donde la vida
cotidiana giraba en torno a un proyecto catequizador. Los
ilustrados que planificaron la vida del conjunto de los pueblos
después del extrañamiento mezclaron lo religioso, con lo
fiscal y lo productivo. Esto pudo constituirse en un buen
proyecto para el resto de las sociedades españolas del Plata,
pero en el caso de las antiguas reducciones de guaraníes, el
nuevo orden impuesto no sólo fracasó en su implementación,
sino que fue la fundamental causa de su ruina. El resultado de
este nuevo rol de centros productivos de los pueblos misioneros
fue la competencia y entrecruzamiento de órdenes de los
administradores de las poblaciones, la falta de coherencia en
las medidas que se establecían y el establecimiento de
prioridades de acuerdo con las conveniencias personales de las
nuevas autoridades. Así, el caos y la confusión empezaron a
reinar a muy poco tiempo del reemplazo de los jesuitas.
En el aspecto religioso, la labor de mercedarios, franciscanos y
dominicos se limitó a continuar las rutinas pastorales de los
jesuitas: enseñanza del catecismo, la atención confesional, el
conferir sacramentos, la celebración eucarística. Pero con la
gran diferencia de que dejaron de existir, por ejemplo, las
Misas generales, pues paralelamente a sus celebraciones se
desarrollaban labores productivas que mantenían ocupados a
muchos de los naturales. Por ello, los curas casi nunca contaban
con el total de la población para las celebraciones comunes.
Salvo en casos muy excepcionales, como los días de Semana Santa
u otros importantes del calendario litúrgico. Esta situación
ocasionaba enojosos conflictos de los nuevos curas con las
autoridades civiles de los pueblos, en perjuicio de los propios
naturales.
La reforma de Bucarelli también promovía la enseñanza y
generalización del castellano con el propósito de desterrar el
idioma guaraní. Para ello se ordenaba la fundación de escuelas
y se dilataba la designación de maestros para futuros tiempos.
Mientras, se encargaba a los curas la enseñanza del castellano.
Pero, al igual que en el aspecto de la atención espiritual,
muchos sacerdotes chocaban con el problema del desconocimiento
del idioma guaraní. En algunos pueblos, en tanto, se designaron
maestros pero también se encontraron con el mismo problema. Al
final, indios idóneos que dominaban ambos idiomas fueron
habilitados para el ejercicio de la docencia, mientras que los
maestros designados desatendían sus actividades, no aprendían
el guaraní y vivían a expensas del pueblo. Todo esto hacía
que el sistema escolar propuesto por las reformas fracasara
desde un comienzo. Maeder indica que, mientras funcionó la
tarea docente se llevaba a cabo en una pieza del colegio. Mañana
y tarde concurrían al aprendizaje de Lectura, Escritura y
Doctrina Cristiana. Otro problema existente era la falta de
elementos para la enseñanza. Escaseaban el papel y la tinta,
con lo que la práctica del aprendizaje estaba muy limitado. La
tinta se empezó a fabricar en los mismos pueblos con el carbón
del carozo del durazno. En este sentido no se continuó con la
forma de obtención de la tinta experimentada por los jesuitas,
que se extraía de la yerba mate, cocida y exprimida.
La falta de incentivos promovida por la escasez de maestros idóneos,
la superposición del horario escolar con las labores
productivas y la poquedad de elementos produjo, inevitablemente,
una mínima presencia de niños y jóvenes en las aulas. En
Santa María, por ejemplo, apenas asistían 23 niños en 1778,
según un documento de la época, cuando la población aún no
estaba tan diezmada. Probablemente la misma situación se
experimentaba en el resto de los pueblos.
Para solucionar ese inconveniente, en 1796 se implementó un
sistema de premios para los chicos que asistieran a clases y
obtuvieran buenos resultados. Las recompensas consistían en
calzones, camisas, chaquetas y ponchos, para los más
destacados. Al resto se los incentivaba con regalos como peines,
cucharas, vasos, agujas y sal. Esto demuestra la gravedad de las
necesidades básicas de los habitantes de los pueblos misioneros
ya en épocas de plena decadencia. No obstante, llama la atención
la prolija caligrafía de los alumnos destacados en estas
competencias, lo que confiere virtudes naturales a los guaraníes
en las letras, como la consabida aptitud para la escultura, música,
pintura. El gusto y la capacidad por la música siguió en
vigencia, a pesar del caos reinante. Maestros guaraníes
siguieron enseñando la práctica de instrumentos que se
conservaron de la época jesuítica, a pesar del permanente
saqueo al que eran sometidos. En tiempos de la Compañía los músicos
tenían como única función la práctica de sus instrumentos.
En los nuevos tiempos, debieron compartir esa actividad con las
propiamente productivas para las que eran designados. Pero, sin
dudas, este don natural propio de los indios continuó vigente
por mucho tiempo. Generaciones futuras, a pesar del mestizaje,
continuarían expandiendo su música, aunque muchas veces sin el
carácter religioso particular de los tiempos misionales.
Falta
de higiene, mala alimentación y epidemias
En fascículos previos hemos analizado las causales
de la decadencia demográfica de los pueblos. Una de las
principales fueron las mortandades producidas por las graves
epidemias, muchas de ellas surgidas como consecuencia del
contacto con el elemento criollo. Sin duda, la más grave de
ellas fue la viruela. Para combatir este flagelo, se dictaron
normas muy claras respecto del mantenimiento de la higiene en
los pueblos. El virrey Pedro de Melo de Portugal y Villena
(1795-1797) ordenaba a los tenientes de gobernador de los
pueblos misioneros que “...no vivan juntas dos o tres familias
en una misma casa... que las calles y plazas estén bien
aseadas... que las basuras se echen lejos del pueblo....” Pero
estas normas no pasaban de ser buenas intenciones. La falta de
orden jerárquico y el consecuente entrecruzamiento de órdenes
hizo imposible un plan sanitario para los pueblos. Como
resultado de la orden de creación de hospitales, entre 1787 y
1800 se fundaron centros asistenciales en Santiago, Mártires,
Santo Tomé y Apóstoles. Éstos debían estar en lugares altos,
con suficiente ventilación y un poco alejados del centro
urbano. Pero, a pesar de estas medidas, concretadas o no, la
viruela produjo desastres en los pueblos. A pesar de algunas
vacunas experimentadas en situaciones desesperantes, la antivariólica,
descubierta en 1798, fue conocida en el Plata entre 1803 y 1808,
cuando los pueblos estaban prácticamente disueltos.
La falta de higiene, desnutrición, enfermedades venéreas y
epidemias, se constituyeron así en razón fundamental de la
decadencia de los antiguos pueblos jesuíticos.
Indios
Fugados del Departamento de Santiago entre 1772 y 1776 |
Pueblos
|
Años
|
Total
Quinquenio
|
|
1772
|
1773
|
1774
|
1775
|
1776
|
|
Santiago
|
194
|
193
|
135
|
108
|
120
|
750
|
Santa
Rosa
|
58
|
48
|
31
|
68
|
124
|
329
|
San
Cosme
|
46
|
102
|
47
|
44
|
42
|
281
|
N.
Sra. de Fe
|
69
|
180
|
160
|
172
|
102
|
683
|
S.
Ignacio Guazú
|
137
|
108
|
77
|
21
|
25
|
368
|
Total
pueblos
|
504
|
631
|
450
|
413
|
413
|
2411
|
Fuente:
Ernesto Maeder, Misiones del Paraguay, Mapfre, 1992, p.
63.
|
Bruno de
Zabala. Primer gobernador general de todos los pueblos
misioneros post-jesuíticos. Nombrado por Francisco de
Bucarelli el
15 de enero de 1770. A partir de allí, Misiones dejó
de ser provincia
autónoma pasando a constituirse en un distrito
subordinado a la
gobernación de Buenos Aires. Tuvo una agitada
administración, con
permanentes desacuerdos con los tenientes de gobernador
de los
departamentos, e incluso con el virrey Vértiz. Con
algunos intervalos,
su actuación en Misiones se prolongó hasta 1790. |
La
Evolución de los 7 Pueblos
|
Censo
S.
|
1801
|
1810
|
1814
|
1822
|
1827
|
Borja
S.
|
1300
|
|
1424
|
400
|
404
|
Nicolás
S.
|
3940
|
|
1545
|
250
|
404
|
Luis
S.
|
2350
|
|
1412
|
200
|
446
|
Lorenzo
S.
|
960
|
|
434
|
250
|
258
|
Miguel
S.
|
1900
|
|
706
|
600
|
271
|
Juan
S.
|
1600
|
|
554
|
300
|
212
|
Ángel
|
1960
|
|
320
|
350
|
103
|
Total
|
14010
|
7951
|
6395
|
2350
|
1874
|
Fuente:
Ernesto Maeder, Misiones del Paraguay, Mapfre, 1992, p. 63.
|
La desnutrición fue
consecuencia de la falta de alimentos que produjo la retracción de
las actividades económicas de los pueblos como resultado de la pérdida
del sentido comunitario y de solidaridad en las labores cotidianas. Al
igual que en la época jesuítica, la alimentación dependía del
reparto de carne y yerba. La distribución diaria mantenida mientras
estuvieron los Padres, se redujo a sólo dos o tres veces por semana.
En ese reparto se beneficiaban los pueblos ganaderos del sur de la
región. Hasta 1790, por lo menos, se continuaba con la ración diaria
en Yapeyú. Pero a partir de la liquidación del ganado cimarrón de
las vaquerías, la carne empezó a escasear.
Las vestimentas de los naturales eran proporcionadas por los
administradores. Consistían en lienzos y en algunos casos ponchos,
que se repartían por lo general dos veces al año. Hacia 1796 era tal
el caos y la ruina de los pueblos que los informes revelan el
otorgamiento de un reparto anual que, en algunos casos sólo vestía a
la tercera parte de la población.
Es imaginable entonces, el estado de desnudez, desnutrición y desgano
de los guaraníes que por voluntad o por fuerza, aún permanecían en
los pueblos organizados por los ilustrados del siglo XVIII.
El gusto por
la música continuó manifestándose en la vida cotidiana
de los pueblos misioneros post-jesuíticos. Maestros
guaraníes
continuaron enseñanado la práctica de instrumentos
musicales, a
pesar de la decadencia que experimentaban. |
La
rigidez de las medidas disciplinarias
“Es necesaria la reimplantación de los azotes, con
moderación, ya que es lo único que temen, pues de lo contrario se
entorpece el cumplimiento de las órdenes... llegando a la insolencia
y la desobediencia...” (Pablo Thompson, subdelegado de Concepción,
1808).
Son innumerables los documentos que revelan la brutalidad empleada por
los administradores de los pueblos para que sus órdenes se
cumpliesen. El desconocimiento de la cultura de los naturales y la
imposición de tareas por la fuerza creaban un clima de tirantez que
generaba resentimientos entre la población guaraní. Lejos estaba el
clima de orden, paz y armonía que reinaba en la época jesuítica. La
cultura del azote reemplazaba a la de la solidaridad para las tareas
comunitarias.
El gobernador Francisco Bruno de Zabala, en su visita a Mártires y Apóstoles,
en 1787, verificaba horrorizado la muerte de algunas mujeres como
consecuencia de los azotes recibidos por desobediencia. Ante ello tomó
la drástica medida de suspender al administrador responsable de esos
actos y dictó normas disciplinarias generales para los pueblos. Ellas
consistían en reducir a sólo 25 azotes a los hombres y 18 a las
mujeres cuando se ausentaban de sus trabajos o cuando no concurrían a
los oficios religiosos. En caso de faltas mayores podían emplearse 50
azotes. Pero estas normas disciplinarias no fueron atendidas por los
gobernantes de los pueblos. En épocas cercanas al año liminar de
1810 aún se verifica el uso de estas medidas disciplinarias.
Pero no todo era tristeza y azotes en los pueblos. En festividades
tales como la Semana Santa, el onomástico del Rey o Corpus Christi se
celebraban fiestas donde se hacían representaciones teatrales,
carreras de caballos y se repartían regalos. La devoción religiosa
de los guaraníes en las celebraciones de Semana Santa seguía siendo
tan intensa como en la época jesuítica. Desde el Miércoles Santo
era tal el recogimiento que los visitantes circunstanciales de los
pueblos quedaban absortos frente a esas manifestaciones, como lo
documentan tantos informes de viajeros de la época.
La Construcción
de Hospitales y el Envío de Sangradores a los
Pueblos.
La viruela se constituyó en uno de los principales
flagelos de los
pueblos guaraní-misioneros. Para atenuar el mal, el
gobernador
Zabala nombró cirujanos y sangradores para los pueblos
más
afectados. El 17 de septiembre de 1787 ordenó la
formación de un
hospital en Apóstoles “... para que en el se recojan
los enfermos,
pues de otro modo no pueden ser atendidos ni
asistidos...”. Sugería
para ello la remodelación de “... dos Galpones
cubiertos de teja,
(existentes) en la orilla de esta Poblacion, en uno de
los quales con
facilidad reparando los Techos y poniendoles Paredes...
se pueden
disponer con desaogo para uno y otro sexo, y
havitaciones para
Cosina, y assistentes... Los dos Galpones se construiran
fuera de la
traza de esta Población para ospitales de los apestados
de viruelas
que havian recojido dentro del Pueblo...”(Informe de
Zabala en su visita
a Apóstoles y Mártires en 1787). Un relevamiento
realizado por los
autores de este trabajo, permite inferir que el sitio
que muestra la
fotografía pudo haber sido el elegido para la
construcción del hospital.
Nuestra hipótesis se fundamenta en la ubicación en una
de las
principales alturas de la ciudad de Apóstoles, fuera de
la traza del
pueblo y la inmensa cantidad de restos de tejas obrantes
en el lugar,
todo esto comparado con un plano del pueblo de fines del
siglo XVIII. |
El
despojo de los campos misioneros
El aprovisionamiento de carne de los pueblos durante la época
jesuítica se originaba casi exclusivamente en el arreo de animales
desde las vaquerías existentes en la gran pradera de la Banda
Oriental. Eran estancias legítimas de la comunidad de Yapeyú,
otorgadas por el Rey en el siglo XVII. De igual manera eran muy prolíficas
en ganados las tierras cercanas al Río de la Plata y al bajo Uruguay,
consideradas realengas. Con una autorización especial, se podía
“vaquear” allí, abasteciéndose de carne a Buenos Aires, Colonia
y Montevideo. Desde mediados del siglo XVIII, importantes personajes
relacionados con el cabildo montevideano comenzaron a solicitar –y
obtener– mercedes reales gratuitas para fundar estancias de 4 ó 5
leguas en esas fértiles regiones. Así, hacia fines del siglo, las
tierras al sur del río Negro se hallaban pobladas con estancias de
hacendados montevideanos y bonaerenses. Agotada esta tierra comenzaron
a ocupar las pertenecientes a Yapeyú, aprovechando el estado caótico
de los pueblos misioneros. Esta comunidad ni siquiera fue indemnizada
por tamaño despojo, situación a la que salvo el virrey Vértiz,
ninguna autoridad puso coto.
Así, la comunidad de Yapeyú y el resto de los pueblos misioneros
fueron privados del ganado de aquellas, sus tierras, principal
sustento alimenticio de los guaraníes. Fue por esta razón que la
carne comenzó a escasear a partir de fines del siglo XIX, aumentando
el hambre en los pueblos.
Las estancias fundadas por Juan de San Martín, mientras tanto, fueron
poblándose por particulares, en su mayoría, y algunas familias de
guaraníes, que conservaban su abambaé y se beneficiaron con la
liberación del régimen de comunidad, implementado gradualmente a
partir de 1801 y de manera total desde 1803.
La emigración de los guaraníes de sus pueblos de origen produjo un
contacto más directo entre criollos (originariamente mestizos de español
y guaraní) y los indios de raza pura. Esto puso en evidencia un
marcado menosprecio hacia la población guaraní. Esta actitud fue más
evidente en correntinos, riograndenses y paraguayos cuando tuvieron
oportunidad de tenerlos bajo su autoridad como empleados y peones, a
quienes trataron de manera servil. De la documentación existente
sobre el tema se deduce que lo que más molestaba a los criollos era
la conservación de ciertos hábitos ancestrales, como la imprevisión
o la dificultad de la práctica del abambaé. Les costó entender las
ventajas del ahorro y nunca superaron su tendencia de vivir al día.
El destrato de los criollos hacia los guaraníes fue mucho más
notorio con la población masculina. La belleza y mansedumbre de la
mujer guaraní la hizo, por el contrario, muy codiciada entre los
criollos, lo que dio lugar a un rápido proceso de mestización.
La discriminación trajo problemas también en la formación de
milicias, pues era imposible organizar unidades militares mixtas, por
los permanentes abusos de los criollos hacia los soldados guaraníes.
La
dispersión guaraní
El fracaso de las normas impuestas por la nueva
administración de los pueblos de guaraníes, trajo como consecuencia
inmediata la emigración de familias enteras buscando nuevos rumbos
para mejorar la calidad de vida.
Las guerras entre españoles y portugueses en la frontera de la Banda
Oriental encontró a muchas de esas familias en las zonas de
conflicto. Los fuertes de Santa Teresa y Santa Tecla, en la costa atlántica
de la Banda Oriental, que sirvieron como defensas en las mencionadas
guerras, fueron fundadas por emigrados guaraníes de los pueblos del
departamento de San Miguel. Informes de la época indican que incluso
importantes edificaciones de pueblos como Maldonado y Montevideo habían
sido construídos por grupos de guaraníes emigrados.
Pero el ámbito más propicio para las deserciones de las familias
guaraníes fue la misma provincia de Misiones, el Paraguay y las
principales ciudades del litoral argentino.
El desorden existente en los pueblos hacía que muchos que figuraban
como prófugos, simplemente se habían afincado temporariamente en los
ámbitos rurales de las jurisdicciones para evitar ser forzados a
realizar algunos servicios o para eludir los pagos de los cánones
obligatorios. Muchos de ellos regresaban luego a sus pueblos. Pero al
momento de los censos figuraban como prófugos, por lo que la
información demográfica existente no siempre coincide con la real
suma de habitantes existentes.
Paraguay, Corrientes y Entre Ríos recibieron enormes cantidades de
emigrados de los pueblos de guaraníes. Es también difícil, en este
caso, precisar la cantidad exacta de ellos por ser protegidos en su
mayoría por sus circunstanciales patrones. Excelentes artesanos, eran
codiciados y por ello abrigados por vecinos de Corrientes, Asunción o
los pueblos entrerrianos. Del mismo modo, al ser los guaraníes
excelentes agricultores y al mismo tiempo muy prácticos en las
labores propias de la vida rural, los nuevos hacendados que poblaban
las estancias que habían sido despojadas a los guaraníes, hacían
todo lo posible para evitar que éstas fuesen devueltas a sus pueblos
de origen.
Hasta las mismas praderas bonaerenses llegaron familias de guaraníes.
Testimonios de la época relatan hechos como la negativa de algún
oficial del sur de la provincia de Buenos Aires de devolver grupos de
guaraníes que figuraban como soldados, dada la eficiencia militar de
éstos.
La dispersión guaraní cubrió un amplio escenario, hoy conformado
por estados como Rio Grande do Sul, Paraguay, el litoral argentino, la
Banda Oriental y la provincia bonaerense. Esta emigración provocó la
integración, especialmente en las áreas rurales, donde mezclaron con
el elemento criollo produciendo un notable mestizaje, raíz de la
sociedad actual de estas regiones.
El
fin de los bienes comunitarios
Iniciado el nuevo siglo, el XIX, las voces de reclamo sobre
la necesidad de soluciones al problema de decadencia de los pueblos
misioneros se hacían sentir cada vez con más fuerza en los estrados
virreinales. Si bien se reconocía la ineptitud y corrupción de los
administradores particulares, se echaban tintas sobre los jesuitas que
“...habían malacostumbrado a los indios con su sistema de
tutelaje...”.
Frente a ello, el virrey Avilés decidió mediante un Auto de febrero
de 1800 la eximición de trabajos y cargas de comunidad a 323 familias
misioneras, pertenecientes a 28 pueblos. Estas fueron seleccionadas
entre las más aptas con el objeto de medir luego los resultados y
generalizarlo en caso de que el nuevo plan prosperase. A estas
familias se les otorgó propiedades y ganados para el inicio de sus
empresas. En mayo de 1801, Avilés amplió su decreto liberando a todo
el pueblo de Santa María la Mayor y las familias guaraníes del
puerto del Salto Chico. Así, sobre una población total de 43.000
naturales, se habían independizado del régimen comunitario unos
6200.
En mayo de 1803, ante un aparente buen resultado del sistema, el rey
Carlos IV decidió aprobar lo obrado por el Virrey Avilés y extendió
la libertad a todos los indios misioneros. Pero era tal el desorden
administrativo y la oposición de las autoridades políticas de los
pueblos a esta Cédula Real que todavía en 1810 no se había cumplido
en muchos pueblos esta orden.
Con la Real Cédula de 1803 se les repartía tierras y ganados a las
familias de guaraníes, prohibiéndoseles su venta. A los pueblos se
les demarcarían ejidos. Cesaban en sus funciones el Administrador
General y los administradores particulares de los pueblos. Se prohibía
la presencia de españoles en los pueblos, salvo aquellos que
estuviesen casados con indias. Estos eran los principales enunciados
de la Cédula.
Si bien el nuevo orden tuvo como fin la solución de los graves
problemas de los pueblos de guaraníes, otorgando las totales
libertades para su gobierno, sin dudas las medidas no prosperaron.
El Obispo de Buenos Aires, Monseñor Lue y Riega, en visita pastoral a
las alicaídas poblaciones, indicaba, en 1810, que la mayoría de las
familias liberadas se habían ido de los pueblos y puesto bajo la
tutela de patrones españoles, en carácter de peones.
Esta decisión real fue el último eslabón de la larga cadena de
medidas erradas tomadas desde las autoridades españolas del Plata
para remediar los problemas ocasionados por los jesuitas en sus 150 años
de experiencia misional.
El desconocimiento de la cultura guaranítica y la falta de incentivos
para hacerles felices las tareas comunitarias habían deshecho el
nuevo proyecto de vida ideado por las autoridades ilustradas
virreinales para los pueblos misioneros.
El año 1810 encontrará al conjunto de los pueblos en la total
miseria y desolación. Pero aún nuevas fatalidades esperaban a las
familias sobrevivientes al período preindependiente.
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