La grulla negra

Miércoles 29 de julio de 2015

Ahí está, debajo del puente de madera, mirando la laguna, amparándose de la llovizna. Dirán: parece un fantasma. El Hombre Invisible asegura que no es un fantasma, no es esa tenebrosa gasa etérea como una nebulosa que suele describirse en los cuentos de terror arrastrando cadenas por las casas abandonadas. No señor; mi amigo es apenas uno de esos tantos seres algo menos luminosos que nosotros, más opaco quizá, o más transparente. Y asegura además que no es el único, que miles como él nos rodean, pululan a nuestro alrededor sin que los veamos y sin que siquiera los delate una sombra en el piso o un reflejo en el espejo. Enamorado de una mujer invisible, supo ser padre de una niña - me confiesa - y que por estar algo distante de esa mujer la ha hecho destinataria de este secreto poema, que él escribió y tituló La grulla negra:
 “Una pincelada de tristeza y lejanía  rozaba el horizonte y del paisaje los colores, y las formas, ablandaba el sol en su viaje postrero del día. Vertía el aguacero sus gotas más finas diáfanas, ligeras, sus lágrimas eran, y al contacto etéreo - caricia de seda - se ondulaba callada la laguna atardecida”.
“Solitaria en la amarra de noble madera una grulla negra inmóvil, erguida, la melancólica imagen de un sueño componía en su letárgica actitud serena. Apenas la mano de una brisa la mecía y en aquel espejo se pintaba lenta la sombra del ave tan esbelta en otro mundo paralelo ya cautiva”.

“Batió sus alas al fin cual despedida. Buscó la altura gallarda de manera que fue un punto aéreo en la pradera y en las nubes se perdió de vista. Mitiga desde entonces ese cuadro la agonía de mi alma vacía que en la tarde espera sin queja en silencio lejana y ajena que vuelvas volando como la grulla negra, amiga”.
En fin, siempre es bueno compartir sentires íntimos de un amigo con otro amigo, ambos, para mí, poeta y lector, invisibles.

Aguara-í