Nacido para pelear

Domingo 28 de junio de 2015
En su casa del oeste posadeño, agradecido por siempre al boxeo. | Foto: Tatiana Lencina
Luis Alberto Ocampo cumplió el 25 de enero 55 años. Es empleado estatal después de su retiro como boxeador profesional y el único rasgo por el cual nadie puede dudar de sus batallas en el ring es la nariz de todo quien se presuma un hombre de peleas: la nariz rota, chata.
“No me quedó cicatriz alguna de las peleas, nada, la verdad, y eso que tuve varias peleas sangrientas”, dice Luis, mientras se acomoda en su casa que está a metros de la esquina de las avenidas Monseñor De Andrea y Almirante Brown.
En esa casa, a la que todos la conocen como la “del boxeador”, vive con sus hijos y continúa poniéndose los guantes casi todos los días, como hace más de 40 años.
“Yo creo que no hay grandes boxeadores porque también les falta carisma y esa voluntad de hacerlo, de demostrar que se puede”, asegura quien como posadeño y misionero conserva el orgullo de haber logrado lo que hasta ahora nadie pudo hacerlo.
Y por eso dice convencido que después de su alejamiento del profesionalismo, no hubo grandes pugilistas que accedieran -como él- a levantar los cinturones argentino y sudamericano; como tampoco, quien le dispute con el hecho de haber sido el único de la provincia en disputar un título del mundo de la Confederación Mundial de Boxeo, en una tarde-noche mexicana, en el estado de Chiapas, frente a Víctor Rabanales, con quien debió ceder en el cuarto round de aquel 5 de mayo de 1992.
“El boxeo me dio todo lo que soy, estoy muy agradecido y sigo teniendo trabajo gracias a los títulos que conseguí peleando siempre, representando a la provincia”, resalta a sonrisa pura, y eso es lo que, después de todo, lo llevó a encontrarse con dos pibes de su edad cuando ni siquiera tenía 15 años.
La necesidad de sobrevivir, de ganarse la vida como fuera con las de la ley y no para mucho más que eso. Cuarenta años después de una infancia y adolescencia muy difícil, ahora el ex doble campeón misionero resalta que “con las buenas bolsas que obtuve con muchas victorias compré terrenos, tengo mi casa, un auto y a mis hijos haciendo lo mismo…”.
Luis se salvó, se hizo famoso, se ganó el cariño de la gente y formó una familia de boxeadores, porque hasta su mujer (Lourdes) se subió a un ring y peleó nada menos que con la Tigresa Acuña. Se moldeó con las enseñanzas de los entrenadores y de las necesidades de la vida, como si hubiera nacido para boxear, para pelear.

“Yo no me caí, sigo todo los días”
Luis demuestra que no tuvo tiempo de caerse en un pozo depresivo ni mucho menos después de colgar los guantes, siempre con la pelea despedida de por medio. Se fueron los aplausos de las multitudes, se apagaron las luces, se acabaron los viajes, pero Luis no tuvo tiempo de pensar en eso. El haber peleado 17 veces por un título -récord para un misionero-, más la bolsa de la pelea por el título mundial gallo en 1992 en México, no lo dejó fuera del sistema por el cual debía pensar en cómo seguir ganándose la vida.
“Nunca pasé por eso, conseguí un lugar en el Estado después de dejar de boxear, yo lo pedí, y desde entonces me levanto todos los días para cumplir con mi obligación y después enseño boxeo en mi casa para los chicos del barrio”.
Y sus hijos son otro valioso logro obtenido mientras atravesaba por su mejor momento boxístico, en la mitad de la década del 90.
Es que Luis no tuvo la suerte de tener de chico el apoyo de su familia. Y sin muchos detalles, dijo que “yo me crié de chico, solo, eso, solo, hasta que me encontré con la familia Pinto, yo tenía 11 años…”.
Luis Ocampo entonces vuelve a recordar con nostalgia, que desde entonces se hizo amigo de dos chicos de su misma edad y ellos fueron los que lo llevaron al gimnasio, los que le presentaron el boxeo.
“Y ahí me gustó, seguí practicando y a los 13 años fue mi primera pelea como amateur y mi rival fue Pato Silva”. La memoria de Luis revela su vida, su niñez y que el boxeo, definitivamente, lo formó. “Y claro que le gané”, dijo como cerrando el capítulo.
En muchas de las peleas posteriores a los combates más recordados por Ocampo, el misionero empezó a incluir a sus hijos como parte del espectáculo previo de cada velada. Sus pequeños hijos Yonatan y Cristian despertaban sonrisas y aplausos por sus pequeñas piñas que se daban mientras su papá se preparaba en los vestuarios.
Ahora, para Luis, ellos son “capaces de todo, los dos tienen condiciones, ahora está en ellos".
Y los hijos de Luis hasta ahora no lo están defraudando. Según el papá Ocampo, Yoni tiene un registro actual de 18 peleas invictas en peso liviano y Cristian va por los 51 combates sin derrotas en el peso súper.
Yonatan es el que lo acompaña en sus actividades después del laburo, después de cumplir con las horas en la guardería del IPS. Y además de hacerle acordar fechas de ciertas peleas que tiene en su retina, como la de su debut como profesional a los 20 años, en 1980 ante Félix Colman en un repleto Anfiteatro Manuel Antonio Ramírez o ante los por entonces ex campeones mundiales como Gustavo Ballas y Santos Benigno Laciar.
Y mientras se preocupa por la comida para sus tres adorados pitbulls que custodian su casa, agradece a su doctor personal cuando peleaba por dinero, Cacho Repetto, pero más que nada porque le devolvió los guantes blancos marca Corti, con los que luchó en México.
“Estos guantes eran más pesados que los de ahora; es decir, los que usaba yo, más el vendaje que parecía un yeso entre tus dedos, en tu mano, los golpes se sentían más que con los de ahora”...
El recuerdo de esa tarde noche en México sigue intacto y con la bronca de no haber podido evitar que -como visitante que era- las irregularidades premeditadas afloren, como las de cambiar el piso del cuadrilátero para que quedara como para una lucha y no para un velada boxística profesional.
Pero las responsabilidades de ahora son más urgentes que el recuerdo y debe volver a poner atención a sus tres grandes mascotas. “Comen mucho, sí, pero nadie se acerca”, dijo un tanto un broma y un tanto en serio sobre sus perros.
La vida continúa siendo una lucha, una pelea, de atacar y defender, como siempre.


17 Peleas por títulos.
El posadeño Luis Ocampo
ostenta ese récord hasta ahora inigualado por sus comprovincianos. Como profesional, peleó 75 veces.


Cuando en Posadas se llenaban las tribunas POSADAS. El gran Luis Ocampo fue dueño de un estilo muy particular en donde la guapeza, después de todo, fue lo que más cautivó a sus seguidores. Sus respetables pegadas al hígado lo fueron llevando a los primeros planos del campo nacional e internacional.
La extensa campaña de Luis Alberto Ocampo ofrece todo un récord para los misioneros. Como profesional realizó 75 peleas, con 62 victorias, 7 empates y 6 caídas.
Pero aunque lo más importante fue haber combatido contra los mejores del país, tal el caso de Gustavo Adolfo Ballas y Santos Benigno Laciar, entre sus principales adversarios se alistaron Ramón Rodríguez, Alberto Rodolfo Rodríguez, Cucaracha Martínez, Roberto Morán, Rubén Osvaldo Condorí, Raúl “Kid Masa” Loblein y el mexicano Víctor Manuel Rabanales.
Y precisamente, para Ocampo, una de las mejores y más recordadas peleas fue la que protagonizó con Félix Ramón Colman, dos verdaderos gladiadores que lograron tener una convocatoria pocas veces vista antes y después en la ciudad de Posadas. El anfiteatro Manuel Antonio Ramírez, el domingo 7 de agosto de 1982, se mostró desbordado, un lleno total a orillas del río, en el viejo y recordado Parque Paraguayo en todo su esplendor.
Por entonces, cada uno de los boxeadores venía demostrando campañas que lo llevaron irremediablemente a tener que dirimir entre ellos la posibilidad de disputar el cetro nacional supermosca que lucía, en ese entonces, el cordobés Gustavo Adolfo Ballas, en pleno apogeo y antes de lograr el título mundial.
No fue una pelea más. Fue el duelo de dos estilos.
La línea boxística más atildada estuvo representada por Félix Ramón Colman, más depurado, dueño de un respetado jab de izquierda y que pretendía marcar el camino para llegar a ese momento exacto en el ring. Ocampo era la figura del luchador, del que no se entrega nunca. Luis prefería los golpes de corta distancia.
La pelea tuvo un duro trámite desde el comienzo, pero Ocampo sacó la ventaja cuando tiró a Colman en la segunda vuelta. Muchos son los que recuerdan el esfuerzo de Colman por intentar levantarse de la lona, tanto así, que fue una verdadera agonía para sus seguidores y hasta preocupación en todos los que llenaron el anfiteatro.

Por Mauro Parrotta
miparrotta@hotmail.com


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