Quisiera que esta noche ganase Argetina. Simplemente por su estilo, que me gusta más, como quien prefiere el sambayón a la frutilla con crema en materia de helados, y siendo gustos (subjetivos), se discuten desde el paladar. Lo que prima es el placer medular de un buen cucurucho.
Pero soy argentino y me impugnan las generales de la ley: quisiera que gane el equipo de 'mi' país, por Messi (y los cucuruchos) y porque es el mejor país del mundo “por la sola circunstancia de azares genéticos de que yo naciera en él”. Semejante razón fortuita no alcanza.
Sin embargo, siendo americano, tengo una singular valoración de la ideología nacionalista: se me hace cosa importada de la Europa medieval, y me resulta ajena. La imagino un resabio de antiguos imperios, de fronteras expansibles, de límites divinos y, sobre todo, de esa voracidad de cobrarles tasas a los pueblos conquistados. (¿Qué hacía si no Poncio Pilatos en la provincia romana de Judea en tiempos de Cristo? Si hasta creo que fue alguna mano non santa la que escribió la frase apócrifa: 'Al César lo que es del César').